viernes, 20 de marzo de 2015

La segunda vida de los libros... ¡pesa!

Libro viejo versus libro nuevo
Todos los libros pueden tener una segunda vida si nos lo proponemos; incluso una cuarta, o quinta, como la destartalada pero preciosa edición de 1936 de Ana Karenina (León Tolstói) que aparece en la fotografía. Sin embargo, la carretilla que con más ilusión que criterio adquirimos para cargar y trasladar los libros de segunda mano que estamos colocando en la sala especialmente dedicada a ellos, ¡no llegó a superar la niñez!, o veinticuatro horas contaditas de reloj. Dicho esto, "la cultura pesa", y demasiado. Deslomados y untados en sudor, conseguimos ir a casa de Alejandro (el que nos vendió los libros), cargar a peso siete u ocho fatigosas cajas de libros desde un quinto piso, meterlas en un coche cuya puerta del maletero, y misteriosamente, hoy no se desplomaba sobre nuestras cabezas (aunque acostumbra a hacerlo), dar dos viajes a El Libro en Blanco, y luego subir una planta para dejarlos en su lugar definitivo, la sala "La segunda vida de los libros".

¡Las cajas de libros y su víctima! 
Maldita carretilla... Menos mal que el chico de la frutería de al lado, y ojo avizor, nos caló en actitud más sufrida que un costalero en la Semana Santa andaluza, y terminó por echarnos un capote con su "carretilla profesional" cuando nuestras naves, repletas de oro en celulosa, ya estaban a punto de zozobrar en el mar de escalones (en realidad uno, o dos) que dan acceso al bendito puerto de la muy noble Casa de El Libro en Blanco.

Jerigonzas aparte, con esta entrada le damos las gracias al chico de la frutería del que no retuvimos su nombre, si es que en algún momento nos lo ofreció, o siquiera si se lo llegamos a solicitar: un mal menor para el frutero, diría él, cuando uno de los miembros de El Libro en Blanco, más reseco que una mojama, se dedica a ir a comprarle todos los días una jartá de frutas y aguas en botella. Pero jerigonzas aparte (y ahora sí que sí), también le damos las gracias a Alejandro (un antiguo estudiante de Historia, como nosotros) por haber hecho posible que sus libros tengan una segunda vida en las estanterías de la muy noble Casa de El Libro en Blanco. Jerigonzas aparte, claro.

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